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Facundo Pianetti

Lo consuetudinario del creyente


En el mundo de derecho existe una institución llamada “derecho consuetudinario”, y se resumen a un conjunto de comportamientos sociales que son respetados e impuestos (sin haber una norma imperativa) por la práctica social. Segmentada en la costumbre o la tradición, que con el condimento especial de una “convicción de obligatoriedad” por parte de quienes practican las conductas, se presenta como una fuente del derecho subsidiaria. Es decir, algo que no está en los mandatos legales, se cumple, por una firme convicción subjetiva.


Quizás muchos de ustedes se preguntan: “y que tiene que ver esto con el trabajo y los creyentes?” De pronto siendo autocrítico con uno, y observando el ámbito laboral actual, uno propone el siguiente postulado: Pareciera que los creyentes han creado una convicción común y cotidiana: de que “en el tiemplo de trabajo solo se debe trabajar”, no hay tiempo de evangelismo, ni de oración, ni de ser luz, no hay espacio o lugar para otra actividad que no sea la relacionada con el arte u oficio cotidiano y laboral. Esto es lo consuetudinario de los creyentes, “cuando trabajamos, solo trabajamos”. Tristemente reconozco, que esta es una realidad naturalizada, un mandato autoimpuesto, encubierto de aparente responsabilidad, pero que más bien revela los verdaderos intereses de aquellos que intentan seguir los pasos del Maestro, pero que no terminan de comprender, que el ámbito laboral es uno de los lugares principales donde se debe priorizar la comunión con Dios, y no solo para encontrar un bienestar interno relacionado a lo espiritual, sino para expresar con denuedo en el servicio que ofrecemos, en el arte que practicamos o en los productos que creamos, que Jesús es nuestro Señor.


Esta reflexión incómoda para todos los que decimos amar a Jesucristo, ojalá la encontrara solamente en el mundo de los tribunales, las leyes y el derecho, pero me aventuro a pensar con resignación que cada uno de ustedes de los que lee este artículo, si se pregunta ¿cuán a menudo me cruzo con alguien en el trabajo que hable de Jesús?, o cuantas veces, yo mismo procuro hablar de Jesús a otros en ocasión de trabajo? Tal vez llegue a la misma conclusión: “los creyentes al igual que todos los operarios del mundo, cuando estamos en el trabajo, trabajamos” Esto no surge de un pensamiento caprichoso o de la aventura de crear una idea de la realidad que no es, sino que me animo a reconocer que es la realidad imperante en muchos ambientes de trabajo, y no hablo de ambientes de trabajo conformados por “gente del mundo” sino que hablo de ambientes de trabajo donde intervienen los creyentes.


¿Pero qué hacemos con esta realidad? ¿Cuán acertado es este pensamiento subjetivo de que mientras se trabaja no podemos hacer nada relacionado al evangelismo por ejemplo? Si usted y yo vemos lo mismo, ¿Qué hacemos con esto?


La propuesta para hoy es recordar, principalmente, que hemos sido creados bajo los parámetros del imperativo divino de ser a imagen y semejanza de Dios (Gn 1:26) y que eso conlleva la responsabilidad de mostrar, contar, reflejar, manifestar y representar el carácter de Dios. ¡Vaya tarea hermosa nos ha encomendado nuestro Rey! Tarea que demanda cada segundo de nuestra vida, aunque haya segundos en que en simultaneo, nos toque estar trabajando.


Conforme a lo que aprendemos en Génesis, el día sexto de la Creación, Dios al mirar lo creado, nota que todo lo que comenzaba a existir desde ese momento reflejaba parte de su Gloria, pero aun nada de lo creado había sido hecho a su Imagen y Semejanza. Entonces producto de un consenso, un acuerdo entre el Padre, el Hijo y el Espíritu resolvieron crear al hombre.


“Entonces Dios dijo: «Hagamos a los seres humanos a nuestra imagen, para que sean como nosotros.”

Lejos de la idea de pensar que somos como Dios en cuanto a su esencia Gloriosa y Majestuosa o que poseemos los mismos atributos, debemos saber que, por su Gracia, el Rey Todopoderoso nos creó a nosotros, con el fin supremo de reflejar su Gloria, reflejar su Carácter, reflejar su Gracia, ser su Voz que alcanza a los caídos, entre algunas de las cosas que podríamos citar al meditar en esto. Y ese objetivo principal es para cumplirse en todo tiempo y en todo lugar, e insisto, incluyendo en el trabajo.


Cabe destacar que, aunque la realidad se empeñe en mostrar lo contrario, no existe tal cosa como un discípulo de Jesucristo con vida secular por un lado y vida de Iglesia por otro, o un discípulo de Jesucristo que se desliga de las responsabilidades de una vida de Santidad mientras dedica tiempo a llevar adelante una profesión, oficio o arte de trabajo. Pero entonces, si eso no existe, ¿por qué lo vemos constantemente?


Que vida aburrida y triste, la del creyente que pierde la expectativa de ser sorprendido por Dios en ocasión de trabajo, o el que no cree ser maravillado por la multiforme Gracia de Dios, porque debe prestar mayor atención a lo laboral y las influencias del mundo. Pero déjenme decirles esto, aquí hay un elemento subjetivo equivocado, una convicción incorrecta que se ha conformado en una suerte de mandato legal para algunos creyentes, “mientras trabajamos, debemos trabajar, porque aunque no hablemos de Cristo y otros no vean a Cristo en nosotros, igual cumplimos con lo que Dios nos demanda.” Ese es un pensamiento mezquino, refleja a la antigua naturaleza, y se encuentra muy alejado de lo que debería ser a la realidad preponderante del discípulo de Jesucristo. Es decir, aquel que ahora posee una mente nueva y una actitud nueva, renovada en el fuego del Espíritu Santo y que refleja la nueva naturaleza creada para ser a la semejanza de Dios. (Ef. 4:22-24). Esa nueva mente gobernada por Dios no permite la disociación entre el hombre que busca reflejar la Gloria de Jesucristo y el hombre que quiere cumplir sus objetivos laborales, como si existiera un divorcio vincular entre el hombre que busca una comunión con Dios, del hombre que busca hacer bien su trabajo y ser un ejemplo en el mundo.


Pero entonces, ¿Cuál sería el problema? ¿Qué hace que se haya naturalizado, la idea de que no podamos diferenciar a los cristianos cuando están trabajando? Una posible respuesta a este interrogante , podría ser que subidos a la montaña rusa de las aflicciones, las preocupaciones que genera el éxito en el mundo, las exigencias para triunfar en el mundo laboral, o el desarrollo personal en una profesión, olvidamos con frecuencia que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, dejando de lado las responsabilidades que conlleva haber sido hechos bajo ese diseño especial, pero que claramente, no podemos permitirlo. ¡Basta de excusas! No es un buen justificativo o consuelo creer que ser un buen trabajador es sinónimo de ser un buen cristiano, o que progresar o prosperar laboralmente es sinónimo de bendición. Si cualquiera de las cosas que hacen a nuestro trabajo no son puestas al servicio de Dios, hagamos lo que hagamos, logremos lo que logremos, nada tiene que ver con ser un buen cristiano.


Y aclaro, no estoy diciendo: “descuiden su trabajo, para hacer hábitos religiosos, para comportarse como unos legalistas, o para aparentar que aman a Dios” Por el contrario, recuerden que han sido creado (ya sea hombre o mujer) a imagen y semejanza de Dios, para comprender que el buen cristiano es ejemplo en su trabajo, porque descubre entre esas nuevas actitudes que ahora posee: que el trabajo es una herramienta más a disposición de Dios, para reflejar el carácter de Jesucristo, que lo habitual de lo laboral es una herramienta para hablar sobre las Buenas Nuevas de Salvación y hasta un excusa perfecta para compartir con otros acerca de la Palabra de Dios.


Permítanme hacer algunas preguntas que deberían ser "normales y diarias" ante cada jornada laboral: ¿Cómo Glorificaré a Dios hoy en el trabajo? ¿Cómo les muestro a Dios a los que trabajan conmigo? ¿Con qué estrategia hablaré de Cristo? ¿Las cosas que hago son conforme a vivir en Santidad? ¿Por ganar dinero se vale todo?


Aquí traigo algunas sugerencias para cambiar nuestra actitud en el trabajo y Glorificar a Dios:


1. No perder de vista a Cristo, a las cosas del Cielo y aún a la nube de testigos que nos rodea. Jesús es nuestro modelo en todo lo que hacemos, aun en como desarrollar nuestro trabajo. Oremos a Dios para tener la mente de Crst0 así podremos entender que el trabajo no es algo que nos roba tiempo, ya se para nuestra comunión con Dios o en relación al tiempo para contar a otros de Dios, sino más bien el trabajo es un lugar más donde tener comunión con Dios y donde compartir con otros de Dios.


2. Leer la Biblia y orar antes, durante y después del trabajo. Esta vieja y conocida regla es de la más efectiva de la historia, cuando se trata de evangelismo en el trabajo. No imaginan la cantidad de ocasiones que se generan por orar en presencia de otros, por leer la Palabra en presencia de otros y por supuesto, por llevar a la practica en el diario andar cada una de las enseñanzas de Dios. Sé que no descubro nada nuevo al sugerir esto, pero créanme, estas cosas no son situaciones comunes que veamos en los ámbitos laborales. Raramente uno escucha historias de algún trabajador que pasó por las oficinas de sus compañeros recolectando motivos de oración, o de aquel que en el tiempo de almuerzo compartió historias de los locos Pedro, Santiago, Marcos que dieron vuelta Samaria, Judea y Jerusalén. No es frecuente encontrarse con Biblias en los pasillos o con unas bendiciones en el saludo de despedida. Esto que parece tan común y tan obvio en los discípulos de Jesucristo no es lo que vemos a diario, y creo que por eso hay que volver a practicarlo, repito: leer la Biblia y orar antes, durante y después del trabajo. Porque como Leonard Ravenhill decía “Todo el mundo quiere una nueva definición del cristianismo y lo que necesitamos es una vieja demostración del cristianismo.”


3. Ver a el trabajo como una suerte de espejo para examinar nuestro testimonio. En la mayoría de los casos, debido a la duración diaria de la jornada laboral, semanalmente vemos más y compartimos más con nuestros compañeros de trabajo que con nuestros parientes, vecinos o hermanos de la congragación. Esto hace que interactuemos mucho más con nuestros colegas de lo que pensamos, y frente a este panorama, que tontería tan grande es que las personas con las que más compartimos, no sepan que amamos a Cristo, o no sepan nada de Cristo porque la persona que ve a diario (que supuestamente si conoce a Cristo) no le ha contado nada. Por esto es un ámbito donde naturalmente nos debería servir de “autoexamen” o “termómetro” en cuanto a ¿Cómo va mi relación con las distintas disciplinas espirituales?, ¿Cuánto hablo de Jesucristo?, ¿Cuánto sala la sal o alumbra la lámpara de mi vida? No debe existir reto tan apasionante como el de proponerse que aquellos que frecuentamos a diario y que están acostumbrados a observar distintos estados de ánimos en nosotros, puedan ver a Jesucristo, su Gracia, su amor, su Piedad, su perdón, su bondad, su mansedumbre, su paciencia en nosotros y más allá de nosotros.


4. Por último y no menos importante, tener presente constantemente que “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.” Todas las circunstancias que pueden presentarse en el trabajo relativas a alguna acción, decisión u omisión, las resolveremos siempre conforme a lo que agrada a Dios, si tenemos en cuenta este precioso consejo que nos dejaron en el cap. 5 de los Hechos aquellos que experimentaron un gozo incomparable por haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre de Jesucristo. Sumamente de acuerdo con la idea de que “el trabajo revela ídolos”, también creo que el trabajo revela identidades ocultas o aparentes, ya que probablemente todo aquel que considera que ama a Jesucristo pero que en su trabajo no lo saben, o nunca habla de ello, o sus actos no cuentan ello, posiblemente este revestido por la figura de hipócrita, tantas veces denunciada por el Maestro (por ejemplo: Mc 12,38-40, Lc 11,43; 20,46) o la figura del adultero señalada por Santiago (Sg. 4:4). ¡Si, es duro reconocerlo, pero es así! el trabajo en muchas situaciones revela Ídolos, el esfuerzo y fuerza que ponemos a disposición de alguien o algo, revela quien es nuestro amo, revela si tenemos un Señor o un señor, revela aquello que ocupa un lugar de privilegio en nuestro corazón, aquello que verdaderamente es nuestro tesoro, aquello por lo cual muchas veces descansamos poco, nos desvelamos, nos apartamos de nuestra familia, discutimos, peleamos, luchamos, transpiramos hasta el cansancio. ¿Y qué es? ¿Dinero? ¿El reconocimiento personal frente a otros? ¿El orgullo? ¿La soberbia? ¿O el glorificar a Cristo? El amante de Jesús debe procurar cumplir el mandato de su Maestro al costo que sea, y siempre procurando obedecer a Dios antes que a cualquier hombre.


No importa si eres arquitecto, abogado, científico o astronauta, si eres artista, estudiaste, policía o te toca disfrutar de un oficio. Hagas lo que hagas como trabajo, sigues siendo un hombre o una mujer creado a la imagen y semejanza de Dios, y aunque la Biblia no haga un detalle de todo lo que eso implica, si sabemos que el propósito máximo es el de Glorificar a Dios con todo lo que somos y lo que hacemos. Hemos sido creados para adorar a Dios, al costo que sea, y durante todo el tiempo, involucrando toda nuestra mente, nuestro corazón y haciéndolo con todas nuestras fuerzas. Así que te invito que des “una vuelta de rosca”, o si es necesario, “que pates el tablero” y comiences a mostrar, contar, reflejar, manifestar y representar el carácter de Dios en tu trabajo y a través de tu trabajo, que vivas conforme el ejemplo de Jesús, y te corras de este pensamiento consuetudinario de muchos cristianos y muestres que el trabajo no es solo para “trabajo” sino que esa bendición tan preciosa que Dios regala, es también para bendecir a otros con la Palabra y un testimonio vivo de lo que Jesucristo a hecho en tu vida por Gracia. “Porque de El, y por El, y para El, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén.”


Actuar siempre en conformidad a la Voluntad de Dios,

que SERÁ JUSTICIA.-



 

Facundo Pianetti

Bachiller en Teología IBBA. Abogado UBA.


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