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Cinco principios estratégicos

En el capítulo 1 de la epístola a los Romanos, Pablo despliega una serie de actos -el drama de la interacción divina-humana- cuya trama proporciona la justificación subyacente de la apologética bíblica. De él podemos extraer cinco principios estratégicos. Traducidos a términos modernos, estos principios nos permiten identificar los elementos básicos de cualquier cosmovisión -incluidas las ideas vanguardistas de nuestro tiempo- y después elaborar una defensa convincente del cristianismo. Conozcamos cuáles son esos cinco principios. (Si quieres explorar estos principios más a fondo debes buscar el libro "El hallazgo de la verdad" de Nancy Pearcey. Editorial Jucum).


Principio #1

Identificación del ídolo

Puesto que todo aquel que rechaza a Dios erige un ídolo, este es el punto estratégico para comenzar. Un ídolo es cualquier cosa del orden creado que se erige en lugar de Dios. Esta definición nos proporciona herramientas para identificar los ídolos personales y también discernimiento en el mundo de las ideas. Las filosofías y las cosmovisiones pueden funcionar también como dioses falsos.


Piénselo de la siguiente manera: como una cuestión de pura lógica, toda explicación de la vida debe contar con un punto de partida. Debe retrotraer el universo a algo que funciona como realidad primera, la causa auto-existente de todas las demás cosas. Como dice Pablo en Romanos, si uno rechaza al Dios bíblico, deificará algo del orden creado. Los que no honran al Dios trascendente deben erigir una divinidad de algún poder o principio inmanente dentro del cosmos.



¿Qué decir de la materia?


¿Forma parte la materia del orden creado? Claro que sí. Por tanto, la filosofía del materialismo puede considerarse un ídolo. Proclama que la materia es la realidad última

-la causa primera, increada, de todo lo demás-. Niega la existencia de todo lo que no sea el mundo material, como el alma, el espíritu, la mente o Dios. Nos insta a fijar la mente en «las cosas terrenales» no en las cosas de arriba (Col. 3:2). A los nuevos ateos

les gusta pensar que son no creyentes, pero creen con devoción en la materia (o la naturaleza) como sustituto de la religión.



¿Qué decir de la razón?


¿Puede ser un ídolo? Ciertamente. La filosofía del racionalismo coloca a la razón humana en lugar de Dios como fuente y norma de toda verdad. Albert Einstein se definió una vez a sí mismo como un «racionalista creyente». Resumió su credo diciendo: «Yo creo en el Dios de Spinoza», aludiendo al filósofo que usó la palabra Dios para referirse meramente al principio del orden racional en el universo. El racionalismo rehúsa aceptar toda fuente de verdad que no sea la razón humana, tal como la información comunicada por el Creador. Es dogmático, adora al ídolo de la razón humana «sin ayuda», o «autónoma».


Esto explica por qué la Biblia no compara el cristianismo con el ateísmo, sino con la idolatría. Los «autores bíblicos siempre se dirigen a sus lectores como creyentes en Dios o en un Dios sustituto», señala el filósofo Roy Clouser. Los seres humanos tienden a buscar algún poder o principio o persona para interpretar la vida y darle sentido. Y eso constituye su religión de facto, usen o no lenguaje teológico.


Principio #2

Identificación del reduccionismo de los ídolos


Romanos 1 asegura que la idolatría conduce a una cosmovisión «degradada», que abre la puerta a la opresión, la injusticia y todas las maldades mencionadas al final del capítulo. ¿Qué conexión hay entre los ídolos y la conducta inmoral? El vínculo consiste en que los ídolos siempre conducen a una concepción inferior de la vida humana. La Biblia enseña que los seres humanos han sido creados a imagen de Dios. Cuando una cosmovisión cambia al Creador por algo creado, cambiará también una visión superior de los seres humanos, hechos a imagen de Dios, por una visión inferior, a imagen de algo creado.


Es posible afirmar que toda idea de humanidad se concibe a imagen de algún dios. Para traducir el argumento paulino al lenguaje moderno hemos de dominar un término filosófico: el reduccionismo. Significa reducir un fenómeno de un nivel superior o más complejo de realidad, a otro inferior, más simple, menos complejo -normalmente para echar por tierra o desacreditar aquél. Por ejemplo, probablemente habrá oído a la gente decir que el cristianismo no es más que una muleta emocional. O que las ideas no son nada más que el producto de elementos químicos que reaccionan en el cerebro. O que la vida y los seres vivos se pueden explicar exclusivamente con la física y la química.


Hay muchas clases de reduccionismo. Afirmar que los ídolos conducen siempre al reduccionismo, es pues, otra manera de decir que conducen a una forma inferior de vida humana. Es posible imaginarse el reduccionismo como alguien que intenta meter todo el universo en una caja.


Cuando una parte de la creación es absolutizada, todo es redefinido según sus términos. Los seres humanos son refundidos a su imagen. Recuerde que el ídolo del materialismo es la materia. Todo lo demás es reducido a objetos materiales producidos por fuerzas materiales. Todo lo que no quepa en la caja materialista es desechado como ilusión, incluso el espíritu, el alma, la voluntad y la conciencia. El reduccionismo es una estrategia para sofocar la verdad: Ya que si podemos reducir los seres humanos a máquinas que operan impulsadas por fuerzas naturales, podremos explicar su origen simplemente por fuerzas naturales.


Por el contrario, una cosmovisión bíblica comienza con un Dios trascendente, por tanto, no reduccionista. No intenta meterlo todo en una caja definida por una parte de la creación. El cristianismo ofrece más bien una elevada perspectiva de la persona humana, creada a imagen de una Persona trascendente. Afirma todas las características que hacen posible la auténtica humanidad.



Principio #3

Póngalo a prueba: ¿Contradice lo que sabemos del mundo?


Una vez identificado el ídolo y su reduccionismo, estamos preparados para hacernos la pregunta más importante: ¿Es esta cosmovisión verdadera? ¿Se corresponde con lo que conocemos del mundo? Romanos 1 enseña que algunas cosas son cognoscibles para

todo el mundo -las verdades de la revelación general-. De donde se sigue que toda afirmación de la verdad debe estar conforme con la revelación general. Podemos afirmar que el propósito de una cosmovisión es explicar lo que conocemos del mundo. Si contradice lo que conocemos del mismo gracias a la revelación general, entonces no sirve.


Y podemos estar seguros de que toda cosmovisión basada en ídolos fallará. ¿Por qué? Precisamente porque conduce al reduccionismo. Si el reduccionismo es como intentar meter todo el universo en una caja, podemos asegurar que algo, inevitablemente, sobresaldrá. Una caja que deifica una parte de la creación siempre será demasiado pequeña para explicar la totalidad. Todo lo que no quepa en la caja será denigrado, devaluado o desestimado como irreal.


Recuperemos el ejemplo del materialismo, ya que es la concepción dominante en el mundo académico actual. Cuando reduce a los seres humanos a complejas máquinas bioquímicas, ¿Qué es lo que no cabe en la caja? El libre albedrío. La facultad de elegir. La capacidad de tomar decisiones. Todo ello es desechado como ilusorio. Pero en la práctica no podemos vivir sin tomar decisiones desde que nos despertamos por la mañana. La libertad de elección constituye una parte innegable, ineludible, de la experiencia humana, lo que significa que forma parte de la revelación general. Por tanto, la concepción materialista de la humanidad no encaja con la realidad tal como la experimentamos.


Los propios materialistas a veces reconocen el problema. John Horgan, periodista científico que escribe en el New York Times, reporta que muchos neurólogos rechazan conceptos tales como la libertad de elección por considerarlos mitos. Pero sorprendentemente, Horgan concluye: «No importa lo que mi intelecto decida, me veo obligado a creer en el libre albedrío». No importa lo que proponga la cosmovisión de un individuo, todos nos vemos «obligados a creer» las verdades de la revelación general. Otro ejemplo es el del filósofo John Searle, que abraza el materialismo y sin embargo admite que no podemos vivir según sus principios. En una entrevista explica que el materialismo concibe el universo como una inmensa máquina en la que toda acción humana está determinada ¡sin embargo, la experiencia demuestra que somos agentes capaces de tomar decisiones. «Podemos decir, bueno, yo creo en el determinismo», dice Searle, pero «la convicción de la

libertad está incrustada en nuestras experiencias¡ no podemos renunciar a ella. Si lo intentáramos, no podríamos aceptarlo». Termina diciendo «no podemos renunciar a la convicción de nuestra propia libertad, aunque no haya ninguna base para ello». Es decir, ninguna base en la filosofía materialista de Searle. Reconoce que la caja de su cosmovisión es demasiado pequeña para dar cuenta de la realidad tal como él la experimenta. No «puede

renunciar» a su convicción de libertad. No «puede aceptar» su propia filosofía.


Searle está atrapado en la disonancia cognitiva -lo que su cosmovisión le dicta contradice lo que conoce por la revelación general. ¿Qué hacen los materialistas cuando se dan cuenta de que la caja de su cosmovisión es demasiado pequeña para dar cabida a la evidencia? La suprimen, como dice Pablo en Romanos l. No pueden negar que la idea del libre albedrío está programada en el pensamiento humano. No obstante, lo que pueden hacer es reducir ese concepto a una ilusión. Una ficción útil.


Cabe pensar que el reduccionismo es una estrategia de supresión. Si un materialista tuviera que admitir la realidad de la libertad de elección, quedaría en evidencia el que los humanos son seres personales cuyo origen es un Ser personal. Por lo tanto los materialistas se ven obligados a eliminar la evidencia de la revelación general. De otro modo, falsificaría su cosmovisión.


En algún momento, toda cosmovisión basada en ídolos contradice la realidad. Esto crea una oportunidad para argumentar en favor del cristianismo. Porque éste no es reduccionista, no desestima partes importantes de la experiencia humana como ilusiones. No contradice lo que conocemos por la revelación general ni conduce a la disonancia cognitiva, sino que el cristianismo es verdad total -constante, coherente y completa-. Se puede practicar dentro de una cosmovisión real sin contravenir la experiencia humana más básica.



Principio #4

Ponga a prueba el ídolo: ¿Se contradice a sí mismo?


Las cosmovisiones centradas en ídolos no sólo no se corresponden con el mundo exterior, también colapsan internamente. Se refutan a sí mismas. Por usar una expresión técnica, son autorreferencialmente absurdas, lo que quiere decir que proponen una norma para la verdad que ellas mismas no cumplen.


Por ejemplo, una persona puede proponer un relativismo cultural que asevera que no hay verdad universal. Pero esta misma declaración es una afirmación universal. Así pues, se contradice a sí misma.


El argumento de la absurdidad autorreferencial es un instrumento estándar en la caja de herramientas de todo apologeta. Pero ¿por qué funciona? De nuevo, la clave es el reduccionismo. Una cosmovisión reduccionista conduce a una visión inferior de la humanidad -y asimismo de la mente humana-. Reduce la razón humana a algo inferior a la razón. Pero la única manera en que una cosmovisión puede defender su caso es apoyándose en la razón. Si la descalifica, socava su propio caso. Es contraproducente.


Para ilustrar cómo funciona el argumento usemos una vez más el ejemplo del materialismo. El materialismo reduce el pensamiento a procesos químicos en el cerebro, de manera análoga a las reacciones químicas de la digestión. Pero la digestión no es verdadera ni falsa. Sólo es un hecho biológico. Si se reduce el pensamiento a procesos cerebrales, entonces las ideas tampoco son ni verdaderas ni falsas. Pero en ese caso, ¿Cómo puede saber el materialista que el materialismo es verdadero? Esta filosofía se refuta a sí misma. Una vez más, el cristianismo ofrece una mejor respuesta. Puesto que los seres humanos han sido creados a imagen de Dios, la razón humana porta la alta dignidad que refleja la razón divina. El cristianismo afirma, pues, la fiabilidad de las capacidades cognitivas humanas (sin ser racionalistas, ni erigir la razón en un dios). No se refuta a sí mismo. Resulta irónico que los adeptos a cosmovisiones reduccionistas tengan que ignorar su propio reduccionismo -al menos mientras defienden su caso-. Tienen que tomar prestado del cristianismo su alta estima de la razón para dar cuenta de su propio punto de vista.


Principio #5

Reemplace el ídolo: promocione el cristianismo


El último paso es proponer una alternativa bíblica a las cosmovisiones paganas y seculares. Para definir un enfoque relevante para nuestro tiempo, debemos seguir precisamente la pista de los puntos que fallan en otras cosmovisiones. Recuerde el Principio #3, en el que vimos que hay materialistas que admiten abiertamente que «no pueden vivir» con las consecuencias de su propia cosmovisión, que se ven «obligados a creer» en la libertad de elección. Recuerde el Principio #4, en el que vimos que los adeptos a cosmovisiones reduccionistas ni siquiera pueden afirmar sus propias aseveraciones a menos que tomen prestada la noble concepción cristiana de la mente humana.


¡Qué imagen tan peculiar refleja la gente atrapada en la disonancia cognitiva tratando de aferrarse a verdades que desmontan sus propias cosmovisiones! -verdades que solamente la cosmovisión bíblica sostiene lógicamente.


En el Principio #5 exploraremos varios ejemplos tomados del mundo real, de pensadores laicos que «usurpan» lo que más les conviene del cristianismo (puedes leer más sobre esto en el libro "El hallazgo de la verdad" de Nancy Pearcey de Editorial Jucum). Descubren que la cosmovisión bíblica es tan atractiva que siguen tomando prestado de ella (de manera consciente o inconsciente). Al admitir que no pueden vivir según su propia cosmovisión, demuestran que tienen hambre de respuestas más satisfactorias que las que les ofrecen sus ídolos. Y al aprovecharse del cristianismo, prueban que necesitan lo que solo el cristianismo puede ofrecerles.


Los cinco principios extraídos de Romanos 1 prueban con solidez que las cosmovisiones basadas en ídolos no logran proporcionar respuestas adecuadas a las cuestiones básicas que todas las personas necesitan contestar. Al mismo tiempo, los cinco principios demuestran que el cristianismo proporciona mejores respuestas -respuestas que encajan con el mundo real y son internamente coherentes-.


Puesto que una cosmovisión bíblica comienza con un Creador trascendente, no deifica parte alguna de la creación. Por tanto, no necesita embutido todo en un conjunto limitado de categorías derivadas de una parte del orden cósmico. El cristianismo nos libera de cualquier reduccionismo contrario a la vida, que deshonra y degrada a la humanidad. Afirma la excelsa dignidad de los seres humanos como personas plenas creadas a imagen de un Dios personal.


No es de extrañar que Pablo proclame que él «no se avergüenza» del evangelio (Ro. 1:16). El cristianismo encierra una potencia explicativa mayor que cualquier otra cosmovisión o religión. Encaja mejor con los datos de la revelación general. Y conduce a una concepción más humana y liberadora de la persona.


En el aula, en el trabajo


Los cinco principios del manual de instrucción apologética paulino se pueden aplicar en el aula, en el puesto de trabajo, o en conversaciones con vecinos junto a la valla del patio. Para que le sirva de práctica, por ejemplo, el materialismo no es tanto una filosofía única como una familia de teorías interrelacionadas. Considere cómo impregna un solo campo: la psicología. Pensadores punteros, como Ivan Pavlov, Sigmund Freud, B. F. Skinner, Erich Fromm y Albert Ellis propusieron teorías muy distintas. Sin embargo, todos ellos abrazaron el materialismo y el ateísmo. Así pues, cuando se ponen de manifiesto defectos del materialismo, no sólo se desacredita una filosofía, sino toda una familia de teorías materialistas. Dado que las filosofías se arraciman en familias, aprender a analizarlas es más fácil de lo que usted pudiera creer. Algunas familias están tan extendidas que las examinaremos más de una vez.


Mentes liberadas

Aprender a reflexionar críticamente no sólo es importante para hablar con la gente fuera del templo, sino también para educarla dentro, pues las personas suelen absorber ideas que flotan en el ambiente cultural, por eso necesitan ayuda para liberar sus mentes de supuestos seculares. En el pasillo de una universidad cristiana en la que enseñé vi que un alumno estaba leyendo un libro sobre posmodernismo.


«¿Qué está usted aprendiendo?», le pregunté.

«Me está mostrando cómo soy», dijo el alumno. «Por fin entiendo por qué pienso como pienso». Había absorbido elementos del posmodernismo sin darse cuenta.


Una mujer me envió un email para contarme que se había educado en un hogar en el que regía la norma de que los cristianos nunca deben exponerse a formas de pensamiento no bíblicas. «Pero cuando leí su libro Verdad Total», decía, «descubrí que había absorbido inconscientemente ideas de pensadores seculares como Rousseau y Kant». Y como ella no había estudiado sus ideas, no contaba con una criba crítica para reconocerlas y rechazarlas.


La lección que se desprende de esto es que los cristianos nunca deben asumir que el analizar ídolos es cuestión de abordar exclusivamente la mentalidad de otras personas. La Biblia no permite ese lujo. En el griego original no hay división de capítulos; el primer capítulo de Romanos fluye ininterrumpidamente en el segundo, en cuyo discurso Pablo se encara al lector -la persona que tiene delante la revelación divina escrita- y le dice: «Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo» (Ro. 2:1).


Parece que en todo el capítulo de Romanos 1 Pablo dirige su enseñanza a los adoradores de ídolos paganos. Pero, haciendo alarde de una jugada sorprendente, pone a sus lectores al mismo nivel que los paganos. E incluso repite la misma frase que en 1:20: «sin excusa». Por medio de este vínculo verbal, Pablo implica a todos, les hace culpables de suplantar la verdad y erigir dioses falsos. Los cristianos no son inmunes. La Escritura se dirige a los cristianos en versículos como «huid de la idolatría» y «guardaos de los ídolos» ( 1Co. 10:14; 1 Juan 5:21). Debemos comprometernos a apartarnos de los ídolos y volvernos a Dios como fuente última de la verdad en todas las esferas de la vida. Para evitar «amoldarnos al mundo», debemos «transformarnos por medio de la renovación de nuestra mente» (Ro. 12:2).


El objetivo último del aprendizaje de una estrategia apologética bíblica es amar a Dios «con toda tu mente» (Lu. 10:27). Ya sea usted cristiano o esté empezando a oír hablar de Dios, podrá ser sorprendido por la alegría cuando descubra que la verdad bíblica es lámpara resplandeciente e inagotable para sus pies, lumbrera para su camino (Sal. 119: 105) y luz potente para iluminar cada área de su vida.


Comencemos a perfeccionar nuestras capacidades para identificar los ídolos de nuestro tiempo. ¿Cómo podemos aprender a reconocer dioses falsos, particularmente cuando se esconden detrás de etiquetas seculares y son enaltecidos por el sistema educativo laico?



 

Extracto del libro El hallazgo de la verdad" de Nancy Pearcey de Editorial Jucum.

Primera parte «PERDÍ MI FE EN UNA UNIVERSIDAD EVANGÉLICA»

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